Disparate del miedo - GOYA
La llama del pabilo de una vela es la única luz en el cuarto. Son cuatro metros cuadrados de terrazo frío la senda por la que viajo. El cielo es un techo desconchado por la humedad, y el paisaje, cuatro árboles de cemento tatuados con palabras hermosas de rostro ajado.
Extrañamente, la llama del pabilo nunca se apaga. Su luz es insuficiente pero constante.
Hay una salida para mí y una entrada para los otros. No salgo ni entran pero está. Me sentiría peor si no la viera, si no tocase el frío pomo metálico que no se mueve.
Hago mis necesidades al pie de uno de los árboles, por lo que uno de los metros de mi mundo se ha convertido en un antro que no visito más que cuando el cuerpo me lo pide.
Los sueños transcurren como si fuesen días. Entre sueño y sueño y durante un abrir y cerrar de ojos, oigo algo que parecen unos nudillos golpeando con temor la salida-entrada. Es tan breve y tenue el sonido que a veces pienso si no será mi corazón que grita en el silencio para que yo pueda oirlo.
No recuerdo. No veo. No siento más que frío. No sé lo que hago en esta mísera ciudad tan oscura.
De repente, se desencadena una tormenta de voces que atraviesa el cemento de los árboles y se acerca implacable a mis oídos: "No podemos abrir. Está loca. Nos matará".
No sé el motivo de esos ruidos tan extraños pero inmediatamente siento que algo huele a podrido. Tal vez un monstruo nauseabundo esté atravesando la puerta.
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