7 de junio de 2007

Máscara

Leo este domingo en "La nueva España" un artículo de José Luis García Martín conformado a modo de diario.
Comienza el artículo con un apunte del viernes 25 de mayo titulado "Defraudar", que transcribo:
"Uniendo la línea de puntos de unos pocos datos reales, construimos un personaje imaginario. Por eso, todo el mundo si lo tratamos el suficiente tiempo, acaba defraudándonos. Por eso, si nos trata el tiempo adecuado, acabamos defraudando a todo el mundo.
La máscara que más oculta no es la que nosotros ponemos, sino la que los demás nos ponen".

Y me ha gustado. Mucho. Y es cierto que esta teoría se experimenta a diario con resultados positivos. Pero aunque el acero no agrieta, puede llegar a entornarse.
Algo falla en este pensamiento garcimartiniano.

Por ejemplo, y empezando por el final. La máscara que nos oculta puede ser esperpéntica y sin embargo tapar un rostro bello. No defraudando en este caso sino más bien al contrario. Intuyo que esto es lo que yo experimento en relación a García Martín. Su máscara está llena de facciones pedantes, cultistas y obsoletas; tiene peinado de erudito prepotente y mirada voluntariamente miope que no llega a ver más allá del círculo por él mismo trazado. Máscara a mi modo de ver, horrible. No obstante, leyendo su poesía consigo destapar su rostro y ¡sorpresa! la bestia es bella. Digo poesía pero bien podría hablar de alguno de sus artículos (que no críticas: esas entran en otra parcela cercada por los esperpentos de la máscara) pues lo que transmite y comunica y proyecta a sus lectores es belleza pura. Quiero creer que es prácticamente imposible relacionar la apariencia de persona "non grata" con la inteligencia, lucidez y belleza que destilan sus escritos.

Por lo tanto y en cuanto al tiempo, que genera la decepción y vuelve la línea continua del contorno del personaje imaginado en discontinua, podría casi asegurar que se cumple en todos los casos. Tan sólo un inciso, la cantidad y calidad del tiempo. Hay personas a las que tratas durante toda la vida y no percibes la belleza o monstruosidad de su máscara, tan sólo dejas que estén y pasen. Hay otras a las que descubres en un par de días o un par de conversaciones, para bien o para mal. Hay otras, al fin, a las que observas tan atentamente que empleas un largo y valioso tiempo en imaginar qué guardará la máscara, hermosa o desagradable, que nos muestran. Esta última clase de personas es la que merece la pena y a pesar de la máscara que nos muestra o, tal vez, la que yo le pongo, García Martín pertenece a ella.



pd. este artículo ha estado reposando desde el lunes. hoy me que me disponía a colgarlo leo una de las joyas esperpénticas de nuestro protagonista: "es lo mismo la bohemia cochambrosa que la cultura del botellón". no entro a discutirla porque eso será otra historia.



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