
La pintura es de Conchi Marquez
Abrazada por dos metros de sábana blanca, sueño con un estanque repleto de lotos blancos.
Estoy desnuda. El cabello mojado cae en guedejas sobre mi cara ocultando una expresión seductora de media sonrisa que intenta seducir a nadie. Sentada en el borde, agito los pies en el agua para mitigar el temblor que sacude mi cuerpo. Con hilos húmedos hago un bodoque azul en la alfombra blanca. No hay nadie alrededor. Un silencio ruidoso. El aire susurra una nana al aire. El agua ahoga un suspiro de flor. Los blancos lotos frotan sus manos blancas. No hay nadie alrededor. Justo enfrente de mí, al final de una senda flanqueada por unos parterres de gardenias blancas, hay una gran casa, toda de mármol. Abandono el agua y camino hacia ella. Mis pies desnudos sufren las afiladas caricias de miles de piedrecillas blancas. Siento respigos, como miles de hormigas desquiciadas, bajo la piel. Entro en la casa que está completamente vacía. Todas las paredes de mármol blanco. Subo al primer piso en el que sólo hay una ventana que ilumina un gran salón. Abro la ventana y veo dos metros de sábana blanca. No hay nada. Sólo dos metros de sábana blanca. Sujeto con la mano la tela de algodón y tiro hacia dentro. El paisaje aparece entonces nítido. Ha despertado un sol de plata en mi ventana. Una sonrisa. Unos ojos verdes. Dos manos que entrelazan las mías. Unas palabras: no cierres la ventana.
Continúo abrazada por setenta centímetros de brazo. No sé dónde está la sábana. Escucho unas palabras dirigidas al comienzo de mi pensamiento: "no me cierres el alma".
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