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23 de julio de 2023

EL HOMBRE Y EL NIÑO



Sus párpados huían hacia abajo por el lateral de los ojos. Cuando observabas su rostro de perfil, éstos parecían cerrados. Su ceño estaba permanentemente fruncido y las comisuras de los labios seguían la misma pendiente de los párpados, dándole a su expresión un punto de pataleta infantil.
En conjunto, su cara reflejaba una tristeza rebelde. Aquel niño estaba triste pero se oponía a este sentimiento con un fuerte carácter.
En el instante en que el hombre se fijó en él, abandonaba el colegio, solo, despacio, arrastrando una mochila por las escaleras a golpes tan lentos que parecía fuera a destrozarse en cada peldaño.
-Voy a tenerlo complicado-, pensó el hombre. Iba a ser difícil llevárselo de allí. 
-No lo conseguirán, no me obligarán, me esconderé en el desván del colegio-, pensó el niño. Y en un segundo, soltó la mochila, subió casi gateando las escaleras, derribó a una de las profesoras y entró en el colegio como alma que lleva el diablo. -No, no y no me llevará con él!!!-, decía a voz en grito mientras subía los tres pisos de escaleras que llevaban al desván.
El hombre, asombrado, tardó un momento en reaccionar. La profesora estaba perpleja, sentada en el suelo miraba hacia el niño y hacia el hombre sin decir una palabra. Saliendo de su estupor, el hombre fue hacia la profesora y la ayudó a ponerse en pie mientras le pedía disculpas, pero al instante la abandonó para perseguir al niño. Subió con rapidez las escaleras, dejando a un lado la paciencia y enfurecido llegó al tercer piso cuando el niño ya estaba entrando en el desván. Lo agarró del brazo con fuerza y tiró de él.
-Nooooo, no me llevarás, se lo diré a la profe- le dijo el niño a gritos.
-Y yo también se lo diré, así que ven conmigo por las buenas o te enterarás-, le respondió el hombre.
Mientras tanto, la profesora había espabilado y subió hacia donde estaban el hombre y el niño. Les miró con el ceño fruncido y las manos en jarras y dijo muy seria: -¿Qué está pasando aquí Guillermo, por qué no quieres irte con tu padre?
Y Guillermo, con el rostro descompuesto y lágrimas a punto brotar de sus ojos le dijo: -Si es que es muy injusto, profe, hoy tenemos sopa para comer y a mí no me gusta nada, no hay derecho a que me obliguen-. 

30 de abril de 2021

PROBLEMA

 

Le encantaba charlar. Tenía esa capacidad admirable para hilar los más variados temas en una misma conversación. Para mí suponía un gran esfuerzo seguirlo en aquella carrera de palabras, ocurrencias, sentencias, críticas, argumentos.

Organizábamos cada día una especie de torneo: el caballo era la voz, la palabra, la lanza.

¡Que combates tan perfectos!

Tan solo había un problema. La lucha lo agotaba tanto que se apoyaba en un escudero de cristal que le daba a beber una pócima dorada.

Al caer la noche el caballero mutaba en borracho, un patético borracho.


23 de mayo de 2020

"LA CASA" ES UN PRETEXTO

Hubo una vez un hombre que nació en una miserable casucha de adobe. Su primera y única ambición conocida fue conseguir una casa aceptable para vivir. Lo consiguió a base de mucho esfuerzo. Una vez la tuvo, la ambición creció y deseó otra casa mejor. Hizo daño a muchos hombres para conseguir su objetivo, pero un buen día se encontró viviendo en un palacete. Poco tiempo transcurrió cuando observó que de nuevo su ambición había oscurecido la felicidad recién conseguida. Vendió una sonrisa, un ocaso en la playa y dos amigos, para comprar un castillo. Durante un instante que duró un instante, un inefable gozo le besó en los labios. La riqueza tan lenta en su llegada se fue de repente en el primer tren de la mañana. Un amigo, o un enemigo (dicen algunos), le recomendó vender su castillo para solventar la crisis. Pero él no podría vivir en otro lugar que no le aportase esa felicidad ansiada. Su amigo/enemigo? le aguijoneó con ironía: tranquilo, has pasado mucho tiempo ambicionando, y tienes suerte, mucha suerte, la vida te permite seguir haciendo lo mismo de siempre.

17 de enero de 2020

ORGANIZACIÓN


Se levanta a las 6:00
Desayuna a las 6:15
Sale de casa a las 7:00
Empieza su trabajo a las 7:30
La hora del café es a las 10:00
Abandona el trabajo a las 14:30
Su comida es a las 15:00
La "siesta organizativa" dura hasta las 17:00
Si procede comprar estará en ello hasta las 18:00
Tal vez, quede con amigos a las 20:00
Cena, en casa o fuera, a las 21:00 o 21:30
Se acuesta a las 23:00 o 23:30

La última vez que hablamos me dijo: "Ah, que ganas de tener una casita apartada y solitaria para ORGANIZARME una vida tranquila"

20 de abril de 2009

Surrealismo normal y corriente




Usamos la red para informarnos y la santificamos: san google; o la endiosamos y le damos el don de la omnipresencia, omnisciencia y casi, casi, omnipotencia. Sin embargo, a muchos de los internautas nos encanta comprar libros. Y aunque el saber no ocupa lugar, los libros sí que lo hacen. Todos estos prolegómenos para explicar que me quedé sin espacio en los estantes y me ví obligada a comprar más. Dónde acudí? Faltaría más, a IKEA, la también todopoderosa y omnipresente distribuidora del mueble vikingo. Acudo a la tienda, escojo las librerías que más se acomodan a mis necesidades, tomo nota de la referencia, del pasillo y la sección correspondientes, y me dirijo al autoservicio. Solicito ayuda a un empleado de polo amarillo, y con muy mala cara me ayuda al tiempo que me recuerda el uso de la maña en lugar de la fuerza. Pago en la caja, contrato transporte, y espero a que me lo sirvan al día siguiente. Efectivamente, en la tarde del siguiente día recibo las estanterías. Abro el embalaje, saco las instrucciones y los accesorios de montaje y me dispongo a montar una de las dos estanterías. He de reconocer que disfruto mucho en la operación. Termino, coloco el mueble en su lugar y continúo con la siguiente. Abro el embalaje, saco las instrucciones y los accesorios. Cuento tornillos y tacos (no lo había mencionado antes, pero es muy importante: no sea que te quedes a mitad del montaje porque se te han acabado los tornillos). Saco las primeras baldas y, hete aquí que son de diferente color. Yo las había comprado negras y me aparece una estantería de color nogal. Desesperada porque comienza la semana santa y yo me las prometía felices para organizar toda mi biblioteca, decido olvidar el color y seguir construyendo, pero mi hijo, ayudante en estos menesteres (o soy yo la ayudante de mi hijo, no sé) me recrimina el conformismo y me recomienda llamar a la tienda para reclamar el cambio. Llamo a un 902, porque no te dan otro teléfono. Una grabación me pregunta si quiero informarme sobre productos, sobre horarios, sobre transportes, sobre incidencias, o sobre cualquier otra cosa. Marco el dígito de las incidencias y sale otra grabación que me pregunta sobre la tienda que me interesa, Alcorcón, Asturias, etc. Menos mal que en este caso Asturias no la ponen en la posición de Oviedo. Logro, por fin, hablar con la tienda de Oviedo, explico mi caso y la señorita que me atiende me echa un rapapolvo de padre y muy señor mío: señora, se debe anotar la referencia, el pasillo y la sección. Y yo: señorita, he anotado todos esos datos. Le facilito los números correspondientes y efectivamente comprueba que había un error. Me lo cambiarán pero he de esperar hasta después de semana santa porque los transportistas no trabajan. A la semana siguiente, el lunes espero la llamada del transportista y nada. El martes, me mosqueo y llamo a la tienda. Está cerrada porque son "los huevos pintos" en la Pola y como Ikea Asturias está en el Concejo de Siero, hacen fiesta. El miércoles llamo de nuevo y me dicen que ya lo han enviado a la empresa de transporte. La mañana del jueves, nada. Esa misma tarde, a las 19.30 h. recibo una llamada:
-"Oiga señora, tenga unes coses aquí pa usté. Creo que son de Ikea, pero no les puedo llevar"
-"Por favor, llevo esperando toda la semana"
-"Ya, pero mire, ye que estoy donde El Horóscopo (cabaret de las afueras de Gijón) y claro, tengo que atravesar to la ciudá, y usté no sabe cómo está el tráfico a estes hores. ¿No podría usté venir con algún vehículo a buscalo aquí, yo espérola hasta cuando me diga?
-Pero vamos a ver, no cree usted que si yo dispusiera de un vehículo para traer esa mercancía no habría contratado transporte con Ikea?
-Ya, ho, pero ye que yo no puede llevailo ahora, ya digo que estoy en El Horóscopo y el tráfico está muy mal.
-Y cuándo me lo puede servir?
-Mañana. A qué hora le parece bien? Hombre yo no madrugo. No crea que a las 8 ya estoy repartiendo, no, no. Yo hasta las 9.30 no cojo el camión. Luego tengo que llevar unes coses a Navia y a la vuelta recoger una mercancía en un almacén de La Tenderina y luego comer..., yo creo que pa por la tarde igual se me arregla.
-Oiga, si tan complicado lo tiene no debería aceptar el contrato de Ikea, no le parece?
-Señora, tengo que ganar el pan, y esto del transporte ye complicao. A ver, si le parece bien se lo acerco a eso de la una.
-De acuerdo, mañana por la mañana a última hora.
Al día siguiente, se quedaba mi hijo a la espera y le pedí que me diese un toque cuando llegara la mercancía.
-Mamá, que ya recogieron los estantes equivocados y te dejaron los buenos
-Estupendo, oye, cómo era el transportista? todo un personaje, verdad?
-Pues, no sé, un transportista normal y corriente.
Y ahí me tenéis, discurriendo cómo será un transportista normal y corriente. Pero no se acaba la historia. Ese mismo día por la tarde, recibo otra llamada. -Oiga, que estuve esta mañana dejando unes coses en su casa y que no me firmó unos papeles. Ye que los de Ikea son un poco maricones. Usté tien que firmame la entrega y la recogida. No podría pasar por ahí a que me lo firmase, ho? - No se preocupe, ahora estoy en casa, así que pase cuando quiera.
Media hora más tarde, suena el interfono, pulso el interruptor de la puerta de la calle, espero que llamen a la puerta de casa, abro y... aparece el transportista normal y corriente: "Qué hay, ho, estos de Ikea son unos maricones".
A todo esto, entre llamada, entrega y llamada, no recuerdo en qué momento, mi hija, que ya no vive en casa pero estaba al tanto de mi accidentada compra, me envía un sms diciendo: "Supiste algo de los suecos o siguien haciendo honor a su nombre?

En fin, viva el consumo, la compra fácil y el háztelo tú mismo...; el transportista tan sólo es un detalle.

20 de junio de 2008

PERFUME ENGAÑOSO

La caricia de la mañana me respigaba como la de un buen amante, con dulzura y pasión al mismo tiempo. Me gusta esa hora del día. Estoy despierta, totalmente despierta en todos los sentidos. Me siento bien, veo bien, camino bien y pienso bien. No me ocurre lo que a muchas otras personas que no espabilan hasta media mañana y que, por contra, cuando llega la noche están empezando el día. Soy mujer de principio, de comienzo, de empezar. Me encanta madrugar.
Pues iba rumbo a mi trabajo observándolo todo: el coche que se salta un semáforo en rojo porque su dueño llega tarde, la pareja que se despide con arrumacos porque no volverán a verse hasta la noche, el parterre lleno de flores que emulan una primavera que nunca existió, el jubilado en calzón corto haciendo footing a trancas y barrancas, el ejecutivo impoluto que presume de un trabajo super aburrido y que espera por un taxi que lo lleve al aeropuerto. Este último es el protagonista de esta historia.
Su traje, cuando menos, era de Emidio Tucci; camisa de rayas azul con cuello y puños inmaculadamente blancos; cartera de piel tostada, a juego, no sé si por casualidad, con unos zapatos impecables; piel dorada al más puro estilo Zaplana. En fin, un pincel, de los que aborrezco pero pincel al fin y al cabo.
Llego hacia él sin que advierta mi presencia pues está ensimismado en su PDA. Tan sólo me queda comprobar el aroma que despide para determinar la marca de perfume super guay que usa. Dos pasos para ponerme a su lado y... pedorreta doble, o triple quizá, terriblemente sonora y olorosa que, intuyo, oculta el Paco Rabanne que bañará -lo doy por seguro- su piel.
¡Qué chasco! Recordé en ese instante a un ídolo con pies de barro, aunque pensé que en este caso, contemplaba a un ídolo con pestilente culo gaseado.
Ya ven, las primeras horas matinales dan para mucho. Una llega al trabajo con una visión más amplia del mundo. O quise decir olfato?

29 de enero de 2007

Disparate del miedo

Disparate del miedo - GOYA





La llama del pabilo de una vela es la única luz en el cuarto. Son cuatro metros cuadrados de terrazo frío la senda por la que viajo. El cielo es un techo desconchado por la humedad, y el paisaje, cuatro árboles de cemento tatuados con palabras hermosas de rostro ajado.
Extrañamente, la llama del pabilo nunca se apaga. Su luz es insuficiente pero constante.
Hay una salida para mí y una entrada para los otros. No salgo ni entran pero está. Me sentiría peor si no la viera, si no tocase el frío pomo metálico que no se mueve.
Hago mis necesidades al pie de uno de los árboles, por lo que uno de los metros de mi mundo se ha convertido en un antro que no visito más que cuando el cuerpo me lo pide.
Los sueños transcurren como si fuesen días. Entre sueño y sueño y durante un abrir y cerrar de ojos, oigo algo que parecen unos nudillos golpeando con temor la salida-entrada. Es tan breve y tenue el sonido que a veces pienso si no será mi corazón que grita en el silencio para que yo pueda oirlo.
No recuerdo. No veo. No siento más que frío. No sé lo que hago en esta mísera ciudad tan oscura.
De repente, se desencadena una tormenta de voces que atraviesa el cemento de los árboles y se acerca implacable a mis oídos: "No podemos abrir. Está loca. Nos matará".
No sé el motivo de esos ruidos tan extraños pero inmediatamente siento que algo huele a podrido. Tal vez un monstruo nauseabundo esté atravesando la puerta.

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3 de diciembre de 2006

El sol de Antequera



Salía el sol por Antequera y se pintó el rostro de naranja para ser el indio salvaje y no un soldaducho de tres al cuarto cuyo paraíso se reduce a una hectárea con cinturón de empalizada.
Salió a la calle sin caballo y le preguntó a un gato si todos sus congéneres eran negros o quizás era ella la que tenía mala suerte. El gato guardó sus bigotes y avergonzado le respondió que no era malo ser negro. Ella pensó que un gato tan tonto no podía traerle desgracias y siguió calle adelante contoneando sus caderas.
Un cronner viejo cantaba algo sobre la vida feliz de cada uno y ella empezó a reir con tanta estridencia que un gordo seboso que a esa hora veía un programa de televisión titulado "Aquí hay tomate" derrengado sobre un sofá de ajada piel granate, salió a la ventana y le gritó: "No te rías so guarra, no soporto la risa; llora como una estúpida desgraciada y me harás feliz".
La pintura de guerra frustrada de su rostro formó la curva de un arco tenso y una flecha de afilados improperios se dirigió directa al culo fofo y orondo del gordo que ya se había dado la vuelta, pues la información privilegiada sobre la alcaldesa, el señor de los caballos, el amante de la folklórica y demás personajes del mundo rosa que él tanto admiraba, no podía esperar.
La saeta rebotó en la blandura maloliente -pues el gordo era un reputado cantante de pedos- y cayó justo delante de sus pies calzados con unos zapatos de charol rojo y tacón muy alto, al estilo puramente pin-up en un coordinado puramente kitsch con el naranja de su maquillaje.
En ese preciso instante una rata salió de una cercana reja de alcantarilla y sorprendida por la flecha, los zapatos de charol y los aromas cantarinos que descendían desde el culo del gordo hasta el asfalto, se puso a tararear algo sobre la vida. Mira tú por donde esa canción que antes le provocara risa, ahora le parecía una cosa seria. Nunca hubiese imaginado la diferente forma de interpretar entre una rata y un cronner. Aunque bien pensado no es de extrañar, pues las ratas se pasan la vida en las al-canta-rillas y los cronner tan sólo son unos en-canta-dores aburridos.
Siguió adelante en busca de aquello que no cantaba el cronner ni la rata, pero que a ella le haría feliz.
Cuando los tacones de aguja se clavaron en el asfalto cien veces -no encontraba su sitio en la acera-, su pie derecho entró de lleno en uno de esos socavones que el paso de los coches y los zapatos de charol rojo producen, lo que hizo que perdiese el equilibrio y se cayese de bruces, golpeándose las rodillas con tal fuerza que no pudo sostener la postura y continuó su trayectoria hasta que su rostro quedó pegado al asfalto.
De esta guisa: rodillas en tierra, culo empericotado, antebrazos sosteniendo el torso y cara besando el suelo, la encontró un tipo que en ese momento doblaba la esquina próxima.
El hombre se acercó para ayudarla a levantarse pero ella permanecía inmóvil; tan sólo acertó a reirse.
Distendida la situación, las palabras fluyeron, las pieles se rozaron -al fin consiguió mover sus músculos- y los planes rodaron.
El tipo era guapo, las chispas saltaron, los polos se atrayeron y ella pensó que había encontrado al hombre que de verdad la complacería.
Se fueron a un hotel de las afueras, entraron en una habitación y se pusieron a follar como posesos. Al cabo de media hora los dos permanecían a ambos lados de la cama boca arriba y en silencio. Él, con cara de preocupación, élla, de frustración.
Estaba convencida de su mala suerte. Nunca encontraría a un hombre que follase de verdad.
En vista de que el gatillazo lo había dejado mudo, fue élla la primera en disparar: "¿Todos los hombres sois iguales o soy yo la que doy con ellos?".
Él respondió: "No es malo ser negro".
Un cronner viejo cantaba una canción sobre la vida -en el hotel no había ratas-. Una sonrisa -esta vez no hubo risas estridentes- llegó a su boca.
Se ponía el sol por Antequera, limpió su pintura naranja, cogió las dos agujas de charol rojo en la mano y salió a la calle.
Por enésima vez, el indio había sido derrotado.


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25 de octubre de 2006

Despertar antes o después de soñar











La pintura es de Conchi Marquez





Abrazada por dos metros de sábana blanca, sueño con un estanque repleto de lotos blancos.

Estoy desnuda. El cabello mojado cae en guedejas sobre mi cara ocultando una expresión seductora de media sonrisa que intenta seducir a nadie. Sentada en el borde, agito los pies en el agua para mitigar el temblor que sacude mi cuerpo. Con hilos húmedos hago un bodoque azul en la alfombra blanca. No hay nadie alrededor. Un silencio ruidoso. El aire susurra una nana al aire. El agua ahoga un suspiro de flor. Los blancos lotos frotan sus manos blancas. No hay nadie alrededor. Justo enfrente de mí, al final de una senda flanqueada por unos parterres de gardenias blancas, hay una gran casa, toda de mármol. Abandono el agua y camino hacia ella. Mis pies desnudos sufren las afiladas caricias de miles de piedrecillas blancas. Siento respigos, como miles de hormigas desquiciadas, bajo la piel. Entro en la casa que está completamente vacía. Todas las paredes de mármol blanco. Subo al primer piso en el que sólo hay una ventana que ilumina un gran salón. Abro la ventana y veo dos metros de sábana blanca. No hay nada. Sólo dos metros de sábana blanca. Sujeto con la mano la tela de algodón y tiro hacia dentro. El paisaje aparece entonces nítido. Ha despertado un sol de plata en mi ventana. Una sonrisa. Unos ojos verdes. Dos manos que entrelazan las mías. Unas palabras: no cierres la ventana.

Continúo abrazada por setenta centímetros de brazo. No sé dónde está la sábana. Escucho unas palabras dirigidas al comienzo de mi pensamiento: "no me cierres el alma".

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24 de septiembre de 2006

LUZ OSCURA






Foto de Aires Abiertos







En el fondo oscuro de un espeso bosque se encuentra una casa pequeña. Está hecha de piedra y pizarra, madera y cristal. Tiene un porche a la entrada, protegido por una barandilla de madera, con un solo banco alargado situado justo debajo de una de las ventanas. Un abeto centenario actúa de guardaespaldas. La luz es escasa durante todo el día y al caer la tarde, desaparece por completo. Ni siquiera la luna llena consigue atravesar la maraña de verde frondoso para llegar al reino duro y peleón del sotobosque.
Nadie quiere acercarse al lugar. El miedo a lo desconocido se aloja allí desde hace tiempo.
Sin embargo, todos los días, cuando la oscuridad ciñe su corona de azabache, una de las ventanas de la casa se ilumina.
Si se pudiese digitalizar la imaginación se vería una mancha blanca y brillante sobre fondo negro, o la estrella polar fugitiva del negro cielo, o un faro para navegantes perdidos, o un cirio en el templo de los creyentes, o tal vez, una lámpara de aceite encendida en la posada del camino.
Tan sólo son unas manos dulces, con olor a hierbabuena y el color de la ternura, las que pintan un paisaje imposible: la historia de amor entre la noche y el día.
Pero nadie quiere acercarse al lugar por miedo a lo desconocido y nadie verá el paisaje ni conocerá las manos que lo pintan.

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31 de agosto de 2006

Anecdotario de curiosidades (IV)

Regreso de la tranquila historia de los tiempos no escritos (visita al Museo Arqueológico) a la historia estresante de las telecomunicaciones en fibras ópticas.
Sujeto las bridas a esta carrera desenfrenada, sentándome en una terraza bajo la sombra de unos venerables tilos.
Mientras acaricio el paladar con una caña de cerveza, recibo la visita de tres gorriones. Dejo mi lectura para observarlos. Permanecen saltando, mas bien botando, en el borde de la mesa. Uno de ellos dirige su pico hacia mí, abriéndolo y cerrándolo en actitud conversadora, imagino yo. Le concedo una sonrisa cómplice y parece que esto le da la confianza suficiente para acercarse a saltitos juguetones al plato de patatitas que el camarero había dejado como aperitivo. -Los otros dos, se mantienen vigilantes y al acecho de su maniobra-. Coquetea con dos o tres patatas y engancha una de ellas con rapidez al tiempo que, en una suerte de engaño, levanta el vuelo para aterrizar al pie de uno de los tilos que flanquean mi mesa.
Cuando el confiado gorrión se disponía a dar cuenta de su botín, sus dos compañeros imitaron su trayectoria y se le acercaron frontalmente, atacándole pico a pico hasta dejarle sin patata. En una milésima de segundo fue derrotado. Tal vez, pensé, porque el encantador gorrión de esta historia evitó entrar en la batalla. Le gustaba más el diálogo. Conmigo se había entendido bien. Pidió y yo le concedí.
Se quedó triste y abatido, mirando el tronco del árbol, como pidiendo explicaciones, intentando descubrir el motivo para tamaña injusticia.
Yo me mantuve observando la escena con ganas de salir en su defensa, pero el sentido del ridículo se impuso y no me atreví a ejercer de caballero protector de una minúscula dama que caminaba a saltitos y cuya piel estaba repleta de plumas grises.
Ahora, al cabo de los días cuando escribo esta historia, pienso si en una situación similar, con hombres y mujeres por protagonistas, me hubiese atrevido a tomar la espada de la justicia en la mano para defender al débil, cual quijote del siglo XXI.
Si algún día aclaro esta duda, tendré otra historia para escribir, muy probablemente en una cama de hospital, pues ya se sabe que los adalides quijotescos suelen acabar con los huesos malparados; o bien en letras rojas que reflejen la verguenza manifiesta de mi cobardía para defender tanto animales como hombres.

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20 de agosto de 2006

Bella

Para Viri

















Fotografía de Virginia Fernández



En aquel tiempo, una muchacha de cabellos castaños y ondulados como un mar; brillantes ojos negros como una noche de luna; piel de plata como sábana de raso blanca y un cuerpo moldeado por la brisa fresca de la primavera, vivía en una casita al final de una calle de un pueblecito al sur de Portugal.
La muchacha se llamaba Bella, la calle "Rua das arbores" y el pueblo... no recuerdo cómo se llamaba.
En aquel tiempo los mozos rodeaban la casa de Bella, cantándole hermosas canciones populares para ganar sus favores; y el bosque rodeaba el pueblecito dejándole apenas una entrada desde la carretera general.
En aquel tiempo el padre de Bella pensó en el futuro de su hija y no encontró conveniente que todos aquellos mozos se pasaran la noche al pie de la ventana de su hija, por lo que prohibió terminantemente que nadie se parase para tales fines delante de su casa, y estableció contactos con una casamentera del lugar para arreglar un matrimonio de conveniencia para su hija.
En aquel tiempo el alcalde del pueblo pensó en el futuro de sus lugareños y no encontró conveniente que el bosque les privase de una agricultura floreciente que enriqueciese a todos y trajera prosperidad al lugar, por lo que ordenó la tala parcial (más tarde llegó a ser general) de todos los arboles que rodeaban al pueblo.
En aquel tiempo acaecieron algunos cambios en la vida de Bella. Su calle dejó de llamarse "Rua das arbores" y pasó a nombrarse "Rua dos arrifes"; los mozos desaparecieron, al igual que el bosque; y la única presencia de un hombre al pie de su ventana fue la silueta de un jinete sobre su caballo que anunciaba en un cartel (muy a la moda de la época) el afamado "Nitrato do Chile" que una compañía del país sudamericano comercializaba en Europa para el mejor desarrollo de los cultivos agrícolas.
Hemos sabido, que Bella abandonó su pueblo, su calle y su casa; sin embargo mantuvo una íntima relación con el "Nitrato do Chile": se casó con el director de la compañía.
Hemos sabido, que ya nadie cultiva nada en el pueblo de Bella; sin embargo los arrifes mantuvieron su status; ni un solo arbol ha vuelto a ser plantado.


*"Arrifes": desmanche de árboles para abrir caminos.
*Me he tomado la libertad de modificar el significado de "arrifes" con el fin de relacionarlo de una manera racional con el "Nitrato do Chile"

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31 de julio de 2006

Pequeñas historias en ciudades grandes (II)













La composición es de
Cristina Alejos Cañada




Todos los meses desde hacía un año recibía una rosa. El día diez de cada mes, un repartidor de una floristería aparecía en la oficina con una rosa solitaria, tan sólo adornada con un lazo de su mismo color: rojo. Una tarjeta con dos iniciales. Ninguno de sus amigos, conocidos o posibles admiradores tenía un nombre con esas iniciales. Había indagado en la floristería pero no supieron darle ninguna pista pues los encargos se hacían por teléfono. El desasosiego que le producía ignorar el remitente y la cobardía que imaginaba en él, la inquietaban de tal forma que había tomado la decisión de no aceptar el envío y devolvérselo al repartidor el próximo mes. Pondría fin a una historia que no había tenido principio.

***********

Llamó a la floristería para cancelar el encargo que hacía todos los días diez de cada mes. Después de un año, su mejor amiga tendría que haberse dado cuenta de sus intenciones. En fin, tal vez fuese mejor así. Él no se atrevía a manifestarle en persona sus sentimientos y ella obviaba la situación haciendo caso omiso de su "declaración" mensual. Lo más conveniente para los dos sería seguir como si nada hubiese ocurrido y poner fin a una historia que nunca tendría principio.

***********

La encargada lo llamó al móvil para decirle que la rosa que llevaba a la calle de los Despropósitos número 15, no debía ser entregada pues acababan de cancelar el encargo. El repartidor confirmó el número de la calle y el nombre de la destinataria y cortó la llamada. -¡Joder, llevo un año entregando esta rosa en el número 16 a una mujer con el mismo nombre!- pensó. Sería mejor no contar este final a nadie, no fuera que su trabajo en la floristería pasase a ser historia.


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26 de julio de 2006

La carrera

















Nací con el moldeador puesto y el azabache definiendo el color de mi pelo.
Mis padres, después de cuatro hermanos varones de cabellos rubios y lacios cual mezcla de ario y vikingo, encontraron mi figura tan opuesta a la de sus otros hijos que no buscaron más belleza y se conformaron con la vulgar mediocridad de mis rasgos.
Crecí a rebufo del poderío físico e intelectual de mis hermanos. Ellos eran altos, fuertes, guapos, inteligentes y poseían ese halo de atracción que rodea a ciertas personas que las hace triunfar ante los demás sin mover siquiera un dedo; al contrario que yo, que tuve que justificar incluso mi primer paso pues a los seis meses corría, más que caminaba, por el jardín de nuestra casa, intuyendo mis padres en ello una rara aptitud más que una cualidad.
Lo de crecer es una manera antagónica de decir que no crecí. Apenas llegué al metro cincuenta de estatura. Soy bajita. Tal vez no sea debido tan sólo a ésto, pero siempre he tenido la sensación de ser inferior a los demás. Claro está que todos los hombres con los que me he relacionado, esporádica, temporal o continuadamente, han sido mucho más altos que yo e, influenciada por mis actitudes afectivas hacia mis fraternales y colaterales ascendientes, he tenido el impulso de besarlos continuamente.
Por oposición a mis hermanos, estudié "diseño y decoración"; profesión femenina donde las haya; gracias a la cual, conocí a cientos de mujeres organizadoras de sus casas, amantes de sus maridos, educadoras de sus hijos, clientas de dermoestética y profesionales del ocio a elevados niveles. Esta relación profesional-clienta, me indujo a ejercer de lo contrario, esto es: seguí viviendo en casa de mis padres, no me casé, no tuve hijos, mantengo el mismo cuerpo que mi padre y mi madre concibieron y mi único ocio-vicio es saborear los labios y lenguas de todos los hombres que se acercan notablemente a mi vida mientras empleo una destacada frialdad para hacerles el amor. Es posible que un día de éstos me quede con una sola de esas bocas y hasta puede que tenga un hijo. No veo probable, en cambio, que los cirujanos arreglen algún desarreglo de mi cuerpo.
El moldeador sigue siendo natural pero el azabache del pelo va tornando artificial. Mis padres continúan viendo en mí un personaje particular, medio extravagante, medio vulgar. Mis hermanos son, efectivamente y como se había previsto, espléndidos representantes de la perfección en el género masculino. El jardín ya no es testigo de mis carreras pero sí me sufren el metro, las aceras, los pasillos de las casas de mis clientas y cualquier otro sitio que pueda ser pateado, en este caso, corrido. Y continúo centrando mis aspiraciones sexuales en besar apasionadamente a los hombres que me gustan.
Siento, a menudo, que se ha tratado la mía de una vida aburrida. Sólo siento, porque si me detengo a racionalizar esta carrera en la que no he oído el pistoletazo de salida, el puesto a la mitad de esta prueba reina no es tan malo. Soy extraña, particular y personalmente feliz.



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27 de junio de 2006

Pequeñas historias en ciudades grandes (I)
















Todas las noches entreabría su ventana. Justo en el edificio de enfrente, su vecina, se sabía observada. Lo veía, regularmente, mirar cómo bailaba su danza oriental. Y en esa complacencia de artista que ofrece su arte al público, ella abría de par en par su ventana, encendía todas las luces y elevaba el volumen de su compacto para conseguir el clima apropiado que acompañase al sensual movimiento de su cuerpo.
Todas las noches, durante una hora, se repetía esta parafernalia. Hasta que ella cerraba su ventana deseando haber satisfecho a su espectador. Y éste, embriagado por la brisa de laúdes, cítaras, crótalos y panderos, se retiraba para continuar leyendo un libro mientras las luces de su habitación permanecían apagadas.


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12 de junio de 2006

Anecdotario de curiosidades (III)

Fin de semana en Madrid

Es cierto que, para los que no vivimos en Madrid, un fin de semana en la capital (de momento podemos llamarla así, hasta que los referéndum prolifiquen y lleguemos a olvidar cual es cual y cual de las cuales nos corresponde por territorialidad geográfico-política) da para poco.
Sin embargo, estos dos días pasados han sido tan fructíferos en cuanto a experiencias se refiere, que me atrevo a decir que me han suplido por dos semanas.
Faltaría más..., hemos ido a la Feria del Libro, instalada en el Parque del Retiro y donde se demuestra experimentalmente que la teoría, según la cual los españoles leemos poco y compramos menos (libros) es absolutamente falsa. No vi a uno sólo de los viandantes del recinto sin una bolsa de la feria repleta o casi, de sus correspondientes libros.
Las ferias son ferias por algo, eso está claro. Entre otras cosas por la variedad de ofertas, y en este caso por la diversidad de libros y... también de escritores.
Estaba la exquisita y estirada presencia de Carmen Posadas, siempre con una sonrisa para el potencial cliente. No faltó a la cita Fernando Sánchez Dragó, crack donde los haya, hablador por los codos y profesional hasta en sus dedicatorias. Aunque las colas para esperar por la firma correspondiente en el libro escogido abundaban, encontré uno de los stand vacío, sin gente que ojease libro alguno ni esperase por la firma del autor de turno; di por hecho que éste último era el que espantaba al personal pues se trataba nada más ni nada menos que de Fernando Savater. He de reconocer que me dio pena. Algunas veces le cruzaría la cara por las tonterías que dice pero me cae bien y es un tío listo. Rosa Montero y Luisa Castro parecían dos marujas hablando de la última tendencia en telas para visillos y me alegro mucho de su actitud pues dejan claro que además de ser excelentes escritoras también son humanas y por ende, mujeres. ¿Se pueden imaginar qué stand era el más abarrotado de público, que hasta tuvieron que vallarlo en forma de "ese" para que la cola no se aglomerara y hubiera un cierto orden? Les advierto que ese día no estaba Dan Brown ni Antonio Gala (que tira mucho), ni Pérez Reverte, ni Paul Auster, ni Harold Pinter; no, no, ninguno de los que pueden ser considerados importantes o famosos en la literatura actual. El stand más visitado era el de Andreu Buenafuente. ¡Jódete y baila! Permítanme la expresión pero es que creo que me quedo corta. No tengo nada en contra del showman catalán, todo lo contrario, pero ver a Ian Gibson atendiendo a un admirador que por casualidad se había dejado caer por su stand y al Buenafuente protegido por guardas de seguridad para evitarle una posible avalancha de público, me pone los pelos de punta.
A Jesús Ferrero le brillaba más que nunca su peladísima cabeza y él, por supuesto, se enorgullecía y presumía de ella. Y eché una parrafadita con Benjamín Prado mientras firmaba el libro correspondiente presumiendo, en este caso, de una elocuencia intelectualoide de poeta simpático. Conté una a una las arrugas de Josefina Aldecoa, que son exactamente las mismas que exhibe en las pantallas de tv y que lleva con una elegancia y serenidad asombrosas.
Uno de mis mejores momentos fue el de Leopoldo. Ya estábamos en la segunda vuelta cuando mi hija me tira del brazo, me para y me dice: -"¿No es ese Panero, el que está en un psiquiátrico de Canarias?"-. Y en esto, que mis ojos se encuentran con una mirada suspendida en el aire (como la de Emma) y también veo un cigarrillo suspendido en unos labios casi desaparecidos y también veo unos huesos articulados cubiertos de una piel oscura que semejaban una mano que estaba suspendida en un bolígrafo (era el bolígrafo quien sostenía la mano y no al revés). Era Leopoldo María Panero. Creo que debo ser sincera y decir que no tenía ningún deseo de comprar alguno de sus libros (no me encandilan sus poemas) pero ante el mito literario que tenía ante mí, decidí hacerlo para recibir en persona una dedicatoria suya. Me acerqué, tomé el libro y se lo di para que me lo firmara. A su lado estaba un hombre joven que le transmitía las peticiones de los que allí esperábamos y me preguntó cómo me llamaba y me explicó -por si no entendía su letra- que su dedicatoria era siempre la misma: "Para ..... con cariño". En un intento (gigantescamente vano) de entablar algo de conversación con esa extraña criatura literaria, protesté por una firma tan simple y le pedí algo más que un cariño comercializado y merchandarizado. Él, apoyó su mano en el bolígrafo y, dirigiéndome una mirada de soslayo, escribió. Su acompañante le transmitió mis palabras y esperó respuesta. Leopoldo le respondió, con un rictus en la boca aspirante a sonrisa displicente de impaciencia, que sí me había escrito algo más: "Para Ana con cariño de Leopoldo". Y así acabó mi momento Leopoldo, con encanto y desencanto al mismo tiempo, como casi siempre nos ocurre con los mitos.
Y llegó la mañana a su punto álgido. Acaeció (sé que está en desuso pero me encanta esta palabra) que la química tornó psicología y la psicología en literatura y entre las tres generaron la conexión entre dos personas sin saber siquiera de su existencia la una de la otra.
Sucede que me gusta la poesía. Me atrevo descaradamente a escribir poesía y aunque no domino como quisiera esta parcela literaria (a pesar del gran Gamoneda, instintivamente la considero como tal) me considero poeta (¡toma ya!). Pues bien, es evidente que leo poesía pero también muchísimas otras cosas (soy ecléctica de profesión), entre ellas novela. Por tanto, no es de extrañar que me detuviera delante del stand donde firmaba en aquel momento Antonio Soler, autor de, entre otros, "El camino de los ingleses", premio Nadal 2004, y escritor especial y admirable por su actitud escéptica ante el merchandising que rodea parte de la literatura actual.
Estaba Antonio (la confianza acude sin que nadie la llame, je) atendiendo a una señora que había comprado uno de sus libros mientras yo esperaba con otro mi turno de firma correspondiente. La señora precedente se marchó y él, tomó una botella de agua y un vaso para evitar una deshidratación segura (rondábamos los 35º y el sol era de justicia); me vió y rápidamente dejó botella y vaso para fijarse en mi persona (me gustaría pensar que no fue tan sólo el interés comercial). Me negué rotundamente a privarle de apagar su sed y estuvimos en un toma y daca de amabilidades y condescendencias para acabar cediendo él, ante mi firme y contundente politesse, tomando el libro y escribiendo con una lentitud, rara en estos días, mi dedicatoria. Me devuelve el libro y murmura un "hasta pronto" con una sonrisa abierta y sincera (me gustaría pensar que no fue tan sólo el interés comercial). Abro el libro y leo: "Para Ana el agua de las palabras, la poesía". ¿Acaso no fue este un momento mágico?

El fin de semana daría para más historias pero creo que la mañana en la Feria fue significativa. La presencia de los libros, ya de por sí, es mágica.



pd. este relato no es ficción, por si a alguien le interesa.

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1 de junio de 2006

La equivocación



Al doblar una esquina, en una noche sin luna, en una ciudad sin nombre, te encontré. Mal asunto. Supe o, tal vez, presentí, que devolver a las tuyas mis primeras palabras era el principio de una gran equivocación.
Llevaba razón.
Tomamos una avenida de cuatro carriles en la calzada y bulevares en las aceras, pero a ti no te gusta conducir y yo aborrezco las terrazas.
Paseamos bajo lunas maravillosas en noches de cristales brillantes, pero la luna descubre que no todos los gatos son pardos y los cristales, -nunca lo hubiera pensado-, se rompen.
Leímos profundas historias acompañados de inolvidables músicas, pero tú descubriste pronto que las historias son historias porque se acaban y yo entoné una canción que, -nunca lo hubiese creído-, jamás había escuchado.
En fin, al cabo de un tiempo, notamos, con cierto amargor en los labios, que a mí me gusta el amarillo y tú eres supersticioso; yo disfruto con un buen vaso de vino y a ti te gusta el cardhu; tú llevas sandalias y yo botas; a ti te encanta tomar baños de sol y yo me resguardo bajo un toldo con mis gafas de sol; a mí me pierde James Bond y tú te quitas el sombrero ante John Wayne. Sería conveniente no excederse en esta demostración de hábitos contrapuestos, por lo que me limito a plasmar en este papelpantalla una sola frase: ¡Ay que joderse con las diferencias!
Pues bien, sin ánimo de hacer razonamientos que me lleven a una autodisertación absurda acompañada de un buen dolor de cabeza, he llegado a la conclusión de que, efectivamente hemos cometido una gran equivocación. Tú no encuentras los pasos que llevan a mi puerta y yo no sé abrirla.
He pensado en interpretar un papel para borrar esta "equivocación" en nuestra historia, pero no me he atrevido. Yo sería "Oliveira" y tú, "La Maga". Debería haberte dicho: "Amor mío, no te quiero por vos, ni por mí ni por los dos juntos, no te quiero porque la sangre me llame a quererte, te quiero porque no sos mía, porque estás del otro lado, ahí donde me invitás a saltar y no puedo dar el salto...". Sin embargo, esa hubiese sido otra historia y tan sólo Cortázar ha podido contarla.


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25 de mayo de 2006

Emma

Se llama Emma y tiene la mirada suspendida en un centímetro de aire.
Se ha caído muchas veces y siempre ha tenido alguien o algo que le ha tendido una mano. Tiene una hija de la que habla con un rictus de orgullo en sus labios, sin unirlos, dejando siempre un resquicio para una nueva palabra de alabanza hacia ella. Esta vez, es la poesía quien la ayuda a levantarse, a expresar el sufrimiento que le ha causado la muerte de su compañero y la tragedia que supone saberse seropositiva. Vive en un centro de acogida para drogadictos en proceso de desintoxicación y cuenta la ternura que recibe en las "caricias" de un pastor alemán que comparte casa con ella. Nos pide un cigarrillo para combatir la ansiedad, porque "se está quitando", dice, y eso es muy duro. Quiere hacerlo por su hija. Nosotros la animamos, le decimos que la meta es muy atractiva; el orgullo que sentirá ante su hija le compensará de todo el esfuerzo.
No he vuelto a verla desde que acabó el taller, hasta la semana pasada. Iba yo por la calle y me encuentro con una pareja de indigentes mochileros, de esos que son pero se niegan a serlo, que conservan un hálito de orgullo personal y evitan la compasión o el desprecio, que tanto monta. El hombre se me acerca y me pide dinero para el desayuno. Respondo que no tengo suelto (coletilla utilizada a menudo...) y entonces, la mujer lanza un exabrupto golpeándole el brazo y diciéndole: -pero ¿cómo se te ocurre pedirle dinero a mi amiga Ana?-. Era Emma. Pasada la primera sorpresa, una sonrisa grande se instala en mi boca; me alegro de ver a una antigua compañera de fatigas poéticas y le planto un par de besos sinceros en sus dos mejillas. Le pregunto por su vida. Ha vuelto. De nuevo está enganchada. Le echo un rapapolvo suave (no salen palabras duras para una mujer derrotada), le pregunto por su hija, la animo a luchar de nuevo contra su represor y me despido.
Sigo mi camino y pienso en ella. Su rostro estaba lleno de eccemas, algunos con heridas abiertas. Me estremezco. Mi único pensamiento durante todo el día fue de temor a un posible, aunque remoto, contagio.
He pasado una semana de contradicciones. No sabía si había hecho bien en besarla tan espontáneamente o debería haber tenido más cuidado.
Hoy, que escribo esto, me arrepiento de haber tenido dudas y me alegro de haberte besado, Emma.



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24 de mayo de 2006

Risas

Vacaciones cortas o escapada larga, como se lo quiera denominar, pero escapada vacacional al fin y al cabo. Hemos pintado cielos de luz insomne y agujas enamoradas del cielo. Hemos hablado de aldea global, de ciudadanos autómatas unas, y hombres tranquilos otras, de dominaciones suecas y dominaciones soviéticas, de religión evangélico-luterana y de ortodoxa, también de la tibieza en la práctica religiosa. Hemos visto gente encantadora y petardos de gente. Hemos sufrido el overbooking hotelero y hemos negociado cual empresario de altura. Hemos visto ciudades nuevas y ciudades tan viejas como el mundo. Hemos estado en el café Kafka y en el Kiasma (Museo de Arte Contemporáneo). Hemos visto el Estadio de los Cantos (paradigma de la reivindicación de una lengua) y un cementerio-bosque o bosque-cementerio en el que comparten espacio lápidas, árboles, plantas y flores.

Y nos hemos reído. ¡Vaya si nos hemos reído!

Risas en el ascensor con el insert, remove, push; risas en el restaurante con las comidas servidas en pisos; risas en la celebración de un cumpleaños en un país lejano y extraño; risas con los aleluyas de unos fineses vestidos de chándal de táctel azul soraya, zapatos borsalino blancos y sombrero vaquero de plástico azul noche (pedos perdidos); risas en el pub de paso para entrar en el baño y a cambio pedir caipiriñas (típicas en Tallinn...¿?); risas en las fragonetas, que son nuestra especialidad en los viajes, y risas con el chófer correspondiente: véase, Manolo, Antonio o Federico , según las facciones de la cara del interfecto; risas en una carrera de seiscientos metros de obstáculos de gotas de lluvia, con gatos de plástico en la cabeza y el tranvía como meta; risas con el doblado de servilletas levantando con suma destreza lo que hay que levantar, en un restaurante de diseño.

Si he de recordar algo de las vacaciones de estas ocho amigas del "jueves cultural", será la risa, por encima de "cualquier otra cosa".




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17 de mayo de 2006

¿"the best is jet to come"?




La miopía del tiempo recorta en miles las palabras que crucé contigo, reduciéndolas a media docena. Pero fueron media docena que tiñeron de fantasía real dos lenguas. Nunca más supe de tu vida, ni de tu trabajo, tus amigos, tu familia, ni de tus fracasos, si es que los has tenido. No hemos cruzado palabras, ni miradas, ni tan siquiera un apretón de manos o un beso en la mejilla. Hemos divergido nuestros caminos voluntariamente. Es posible que un par de veces al año o, tal vez, un par de veces al mes, recordemos momentos únicos compartidos, como un beso de buenos días, una sola canción para dos corazones, un martini seco con olivitas, un filósofo mudo o un león con alma de "soul". Pero se queda en eso, en recuerdos.
Y el tiempo, que además de ser miope es caprichoso, se encargó de abrir las puertas de la distancia y reunirnos en otra distancia, muy lejos de nuestra ciudad, en un lugar frío..., muy frío.
(Con el énfasis propio de los encuentros inesperados y caras de pazguatos):
  • Hola, ¿cómo estás?
  • Bien, ¿y tú?, ¿pero..., qué haces aquí?
  • He venido a un congreso sobre medio ambiente, ¿y tú?
  • Ah! qué bien!, yo estoy de minivacaciones
  • ¿Cómo te trata la vida?
  • Pues..., no me quejo.
  • ¿Estarás mucho tiempo aquí?
  • No, no, el fin de semana ¿y tú?
  • Lo mismo. ¿Tendrás tiempo libre? ¿Podemos vernos?
  • No sé..., tal vez..., ¿dime en qué habitación estás y te doy un toque, de acuerdo?
  • Genial, espero tu llamada. Me encantó verte. Y estás estupenda.
  • Oye, tú también. Te llamo entonces.

Dos besos y un abrazo ligero dieron al traste con los planes de doña Coincidencia.

"The best is jet to come" no es la frase buena, sino su viceversa: "Lo mejor ha pasado".

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pd. Estoy arrebatada, que me voy a Helsinki y después a Tallinn. Me marcho con un grupo de mujeres estupendas y maravillosas. Serán muy pocos días pero intensos. Prometo contaros.