1 de junio de 2006

La equivocación



Al doblar una esquina, en una noche sin luna, en una ciudad sin nombre, te encontré. Mal asunto. Supe o, tal vez, presentí, que devolver a las tuyas mis primeras palabras era el principio de una gran equivocación.
Llevaba razón.
Tomamos una avenida de cuatro carriles en la calzada y bulevares en las aceras, pero a ti no te gusta conducir y yo aborrezco las terrazas.
Paseamos bajo lunas maravillosas en noches de cristales brillantes, pero la luna descubre que no todos los gatos son pardos y los cristales, -nunca lo hubiera pensado-, se rompen.
Leímos profundas historias acompañados de inolvidables músicas, pero tú descubriste pronto que las historias son historias porque se acaban y yo entoné una canción que, -nunca lo hubiese creído-, jamás había escuchado.
En fin, al cabo de un tiempo, notamos, con cierto amargor en los labios, que a mí me gusta el amarillo y tú eres supersticioso; yo disfruto con un buen vaso de vino y a ti te gusta el cardhu; tú llevas sandalias y yo botas; a ti te encanta tomar baños de sol y yo me resguardo bajo un toldo con mis gafas de sol; a mí me pierde James Bond y tú te quitas el sombrero ante John Wayne. Sería conveniente no excederse en esta demostración de hábitos contrapuestos, por lo que me limito a plasmar en este papelpantalla una sola frase: ¡Ay que joderse con las diferencias!
Pues bien, sin ánimo de hacer razonamientos que me lleven a una autodisertación absurda acompañada de un buen dolor de cabeza, he llegado a la conclusión de que, efectivamente hemos cometido una gran equivocación. Tú no encuentras los pasos que llevan a mi puerta y yo no sé abrirla.
He pensado en interpretar un papel para borrar esta "equivocación" en nuestra historia, pero no me he atrevido. Yo sería "Oliveira" y tú, "La Maga". Debería haberte dicho: "Amor mío, no te quiero por vos, ni por mí ni por los dos juntos, no te quiero porque la sangre me llame a quererte, te quiero porque no sos mía, porque estás del otro lado, ahí donde me invitás a saltar y no puedo dar el salto...". Sin embargo, esa hubiese sido otra historia y tan sólo Cortázar ha podido contarla.


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2 comentarios:

Anónimo dijo...

Muchas gracias por recuperarme un Rayuela que hace tiempo se fugó de mi casa nosécómo y vaga errabundo por estanterías ajenas. Nunca podré olvidar el glíglico de: Apenas él le amalaba el noema que a ella se le agolpaba el clésimo y caian en hidromurios, en salvajes ambonios, en sústalos exasperantes...(¿o sí lo he olvidado?); pero casí no recordaba esa escena de valor sobre un tablón colgado sobre el vacío que separa del ser deseado.

Txe Peligro dijo...

nuestro martini es rosso, al menos, vamos digo yo porque sino qué?

Mu bien.

Saludos.

PD: queremos tanto a julio...