20 de junio de 2008

La caricia de la mañana me respigaba como la de un buen amante, con dulzura y pasión al mismo tiempo. Me gusta esa hora del día. Estoy despierta, totalmente despierta en todos los sentidos. Me siento bien, veo bien, camino bien y pienso bien. No me ocurre lo que a muchas otras personas que no espabilan hasta media mañana y que, por contra, cuando llega la noche están empezando el día. Soy mujer de principio, de comienzo, de empezar. Me encanta madrugar.
Pues iba rumbo a mi trabajo observándolo todo: el coche que se salta un semáforo en rojo porque su dueño llega tarde, la pareja que se despide con arrumacos porque no volverán a verse hasta la noche, el parterre lleno de flores que emulan una primavera que nunca existió, el jubilado en calzón corto haciendo footing a trancas y barrancas, el ejecutivo impoluto que presume de un trabajo super aburrido y que espera por un taxi que lo lleve al aeropuerto. Este último es el protagonista de esta historia.
Su traje, cuando menos, era de Emidio Tucci; camisa de rayas azul con cuello y puños inmaculadamente blancos; cartera de piel tostada, a juego, no sé si por casualidad, con unos zapatos impecables; piel dorada al más puro estilo Zaplana. En fin, un pincel, de los que aborrezco pero pincel al fin y al cabo.
Llego hacia él sin que advierta mi presencia pues está ensimismado en su PDA. Tan sólo me queda comprobar el aroma que despide para determinar la marca de perfume super guay que usa. Dos pasos para ponerme a su lado y... pedorreta doble, o triple quizá, terriblemente sonora y olorosa que, intuyo, oculta el Paco Rabanne que bañará -lo doy por seguro- su piel.
¡Qué chasco! Recordé en ese instante a un ídolo con pies de barro, aunque pensé que en este caso, contemplaba a un ídolo con pestilente culo gaseado.
Ya ven, las primeras horas matinales dan para mucho. Una llega al trabajo con una visión más amplia del mundo. O quise decir olfato?

2 comentarios:

begoyrafa dijo...

La vida te da sorpresas, sorpresas te da la vida.
Un abrazo
Rafa

Anónimo dijo...

Nada ni nadie es perfecto (¡que original!), pero estoy seguro de que si el tío hubiese olido a la colonia esperada también te habría decepcionado, olvidándole, casi seguro, al instante ¡y sin escribir esta simpática historia!; histioria cuyo desencadenante, me parece, fué el pedo. Así que gracias a las miserias humanas hacemos literatura (¡halaaaa!)
Saludos

Fernando