3 de diciembre de 2006

El sol de Antequera



Salía el sol por Antequera y se pintó el rostro de naranja para ser el indio salvaje y no un soldaducho de tres al cuarto cuyo paraíso se reduce a una hectárea con cinturón de empalizada.
Salió a la calle sin caballo y le preguntó a un gato si todos sus congéneres eran negros o quizás era ella la que tenía mala suerte. El gato guardó sus bigotes y avergonzado le respondió que no era malo ser negro. Ella pensó que un gato tan tonto no podía traerle desgracias y siguió calle adelante contoneando sus caderas.
Un cronner viejo cantaba algo sobre la vida feliz de cada uno y ella empezó a reir con tanta estridencia que un gordo seboso que a esa hora veía un programa de televisión titulado "Aquí hay tomate" derrengado sobre un sofá de ajada piel granate, salió a la ventana y le gritó: "No te rías so guarra, no soporto la risa; llora como una estúpida desgraciada y me harás feliz".
La pintura de guerra frustrada de su rostro formó la curva de un arco tenso y una flecha de afilados improperios se dirigió directa al culo fofo y orondo del gordo que ya se había dado la vuelta, pues la información privilegiada sobre la alcaldesa, el señor de los caballos, el amante de la folklórica y demás personajes del mundo rosa que él tanto admiraba, no podía esperar.
La saeta rebotó en la blandura maloliente -pues el gordo era un reputado cantante de pedos- y cayó justo delante de sus pies calzados con unos zapatos de charol rojo y tacón muy alto, al estilo puramente pin-up en un coordinado puramente kitsch con el naranja de su maquillaje.
En ese preciso instante una rata salió de una cercana reja de alcantarilla y sorprendida por la flecha, los zapatos de charol y los aromas cantarinos que descendían desde el culo del gordo hasta el asfalto, se puso a tararear algo sobre la vida. Mira tú por donde esa canción que antes le provocara risa, ahora le parecía una cosa seria. Nunca hubiese imaginado la diferente forma de interpretar entre una rata y un cronner. Aunque bien pensado no es de extrañar, pues las ratas se pasan la vida en las al-canta-rillas y los cronner tan sólo son unos en-canta-dores aburridos.
Siguió adelante en busca de aquello que no cantaba el cronner ni la rata, pero que a ella le haría feliz.
Cuando los tacones de aguja se clavaron en el asfalto cien veces -no encontraba su sitio en la acera-, su pie derecho entró de lleno en uno de esos socavones que el paso de los coches y los zapatos de charol rojo producen, lo que hizo que perdiese el equilibrio y se cayese de bruces, golpeándose las rodillas con tal fuerza que no pudo sostener la postura y continuó su trayectoria hasta que su rostro quedó pegado al asfalto.
De esta guisa: rodillas en tierra, culo empericotado, antebrazos sosteniendo el torso y cara besando el suelo, la encontró un tipo que en ese momento doblaba la esquina próxima.
El hombre se acercó para ayudarla a levantarse pero ella permanecía inmóvil; tan sólo acertó a reirse.
Distendida la situación, las palabras fluyeron, las pieles se rozaron -al fin consiguió mover sus músculos- y los planes rodaron.
El tipo era guapo, las chispas saltaron, los polos se atrayeron y ella pensó que había encontrado al hombre que de verdad la complacería.
Se fueron a un hotel de las afueras, entraron en una habitación y se pusieron a follar como posesos. Al cabo de media hora los dos permanecían a ambos lados de la cama boca arriba y en silencio. Él, con cara de preocupación, élla, de frustración.
Estaba convencida de su mala suerte. Nunca encontraría a un hombre que follase de verdad.
En vista de que el gatillazo lo había dejado mudo, fue élla la primera en disparar: "¿Todos los hombres sois iguales o soy yo la que doy con ellos?".
Él respondió: "No es malo ser negro".
Un cronner viejo cantaba una canción sobre la vida -en el hotel no había ratas-. Una sonrisa -esta vez no hubo risas estridentes- llegó a su boca.
Se ponía el sol por Antequera, limpió su pintura naranja, cogió las dos agujas de charol rojo en la mano y salió a la calle.
Por enésima vez, el indio había sido derrotado.


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3 comentarios:

pazzos dijo...

Hombre blanco nunca saber tensar el arco.

Anónimo dijo...

Búsqueda infinita, y levantarse tras caer una y otra vez,hasta el último día.

ana martinez dijo...

Pazzos: el indio sabe y no le sirve de nada...

Victor: ahí estamos, a eso vamos, día a día, caer y levantarse, y de cuando en cuando buscar una mano que te ayude.

Jugador: Cierto que no es habitual en mis escritos este tipo de relato. Es posible que haya querido mezclar ironía y surrealismo en un intento de experimentar algo diferente.


Gracias a los tres por pasar.