
La composición es de
Cristina Alejos Cañada
Todos los meses desde hacía un año recibía una rosa. El día diez de cada mes, un repartidor de una floristería aparecía en la oficina con una rosa solitaria, tan sólo adornada con un lazo de su mismo color: rojo. Una tarjeta con dos iniciales. Ninguno de sus amigos, conocidos o posibles admiradores tenía un nombre con esas iniciales. Había indagado en la floristería pero no supieron darle ninguna pista pues los encargos se hacían por teléfono. El desasosiego que le producía ignorar el remitente y la cobardía que imaginaba en él, la inquietaban de tal forma que había tomado la decisión de no aceptar el envío y devolvérselo al repartidor el próximo mes. Pondría fin a una historia que no había tenido principio.
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Llamó a la floristería para cancelar el encargo que hacía todos los días diez de cada mes. Después de un año, su mejor amiga tendría que haberse dado cuenta de sus intenciones. En fin, tal vez fuese mejor así. Él no se atrevía a manifestarle en persona sus sentimientos y ella obviaba la situación haciendo caso omiso de su "declaración" mensual. Lo más conveniente para los dos sería seguir como si nada hubiese ocurrido y poner fin a una historia que nunca tendría principio.
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La encargada lo llamó al móvil para decirle que la rosa que llevaba a la calle de los Despropósitos número 15, no debía ser entregada pues acababan de cancelar el encargo. El repartidor confirmó el número de la calle y el nombre de la destinataria y cortó la llamada. -¡Joder, llevo un año entregando esta rosa en el número 16 a una mujer con el mismo nombre!- pensó. Sería mejor no contar este final a nadie, no fuera que su trabajo en la floristería pasase a ser historia.
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