31 de agosto de 2006

Anecdotario de curiosidades (IV)

Regreso de la tranquila historia de los tiempos no escritos (visita al Museo Arqueológico) a la historia estresante de las telecomunicaciones en fibras ópticas.
Sujeto las bridas a esta carrera desenfrenada, sentándome en una terraza bajo la sombra de unos venerables tilos.
Mientras acaricio el paladar con una caña de cerveza, recibo la visita de tres gorriones. Dejo mi lectura para observarlos. Permanecen saltando, mas bien botando, en el borde de la mesa. Uno de ellos dirige su pico hacia mí, abriéndolo y cerrándolo en actitud conversadora, imagino yo. Le concedo una sonrisa cómplice y parece que esto le da la confianza suficiente para acercarse a saltitos juguetones al plato de patatitas que el camarero había dejado como aperitivo. -Los otros dos, se mantienen vigilantes y al acecho de su maniobra-. Coquetea con dos o tres patatas y engancha una de ellas con rapidez al tiempo que, en una suerte de engaño, levanta el vuelo para aterrizar al pie de uno de los tilos que flanquean mi mesa.
Cuando el confiado gorrión se disponía a dar cuenta de su botín, sus dos compañeros imitaron su trayectoria y se le acercaron frontalmente, atacándole pico a pico hasta dejarle sin patata. En una milésima de segundo fue derrotado. Tal vez, pensé, porque el encantador gorrión de esta historia evitó entrar en la batalla. Le gustaba más el diálogo. Conmigo se había entendido bien. Pidió y yo le concedí.
Se quedó triste y abatido, mirando el tronco del árbol, como pidiendo explicaciones, intentando descubrir el motivo para tamaña injusticia.
Yo me mantuve observando la escena con ganas de salir en su defensa, pero el sentido del ridículo se impuso y no me atreví a ejercer de caballero protector de una minúscula dama que caminaba a saltitos y cuya piel estaba repleta de plumas grises.
Ahora, al cabo de los días cuando escribo esta historia, pienso si en una situación similar, con hombres y mujeres por protagonistas, me hubiese atrevido a tomar la espada de la justicia en la mano para defender al débil, cual quijote del siglo XXI.
Si algún día aclaro esta duda, tendré otra historia para escribir, muy probablemente en una cama de hospital, pues ya se sabe que los adalides quijotescos suelen acabar con los huesos malparados; o bien en letras rojas que reflejen la verguenza manifiesta de mi cobardía para defender tanto animales como hombres.

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28 de agosto de 2006

Estás; la luz se besa con la sombra
y no te veo.
Cuando estás, el tacto de mis dedos queda ciego
y no te siento.
Cuando estás, una balsa de viento se lleva las palabras
y no te hablo.

No estás; el alba nace envuelta en manto negro
y deseo verte.
Cuando no estás, crecen raíces en la punta de mis dedos que te buscan
y deseo tocarte.
Cuando no estás, un tren de veintiocho vagones descarrila por unas vías eternas
y deseo hablarte.

Un sueño dulce me envuelve cuando estás.
Cuando no estás una vigilia cruel me inunda los ojos.

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20 de agosto de 2006

Bella

Para Viri

















Fotografía de Virginia Fernández



En aquel tiempo, una muchacha de cabellos castaños y ondulados como un mar; brillantes ojos negros como una noche de luna; piel de plata como sábana de raso blanca y un cuerpo moldeado por la brisa fresca de la primavera, vivía en una casita al final de una calle de un pueblecito al sur de Portugal.
La muchacha se llamaba Bella, la calle "Rua das arbores" y el pueblo... no recuerdo cómo se llamaba.
En aquel tiempo los mozos rodeaban la casa de Bella, cantándole hermosas canciones populares para ganar sus favores; y el bosque rodeaba el pueblecito dejándole apenas una entrada desde la carretera general.
En aquel tiempo el padre de Bella pensó en el futuro de su hija y no encontró conveniente que todos aquellos mozos se pasaran la noche al pie de la ventana de su hija, por lo que prohibió terminantemente que nadie se parase para tales fines delante de su casa, y estableció contactos con una casamentera del lugar para arreglar un matrimonio de conveniencia para su hija.
En aquel tiempo el alcalde del pueblo pensó en el futuro de sus lugareños y no encontró conveniente que el bosque les privase de una agricultura floreciente que enriqueciese a todos y trajera prosperidad al lugar, por lo que ordenó la tala parcial (más tarde llegó a ser general) de todos los arboles que rodeaban al pueblo.
En aquel tiempo acaecieron algunos cambios en la vida de Bella. Su calle dejó de llamarse "Rua das arbores" y pasó a nombrarse "Rua dos arrifes"; los mozos desaparecieron, al igual que el bosque; y la única presencia de un hombre al pie de su ventana fue la silueta de un jinete sobre su caballo que anunciaba en un cartel (muy a la moda de la época) el afamado "Nitrato do Chile" que una compañía del país sudamericano comercializaba en Europa para el mejor desarrollo de los cultivos agrícolas.
Hemos sabido, que Bella abandonó su pueblo, su calle y su casa; sin embargo mantuvo una íntima relación con el "Nitrato do Chile": se casó con el director de la compañía.
Hemos sabido, que ya nadie cultiva nada en el pueblo de Bella; sin embargo los arrifes mantuvieron su status; ni un solo arbol ha vuelto a ser plantado.


*"Arrifes": desmanche de árboles para abrir caminos.
*Me he tomado la libertad de modificar el significado de "arrifes" con el fin de relacionarlo de una manera racional con el "Nitrato do Chile"

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14 de agosto de 2006

Una que no sabe



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"United colors of Rajastan" Foto tomada por Manuel Pazos



Hay, quienes no quieren tirar para adelante porque, intuyo, no les gusta dejarse llevar; prefieren conocer, escoger y asegurar el camino. Éstos, contradictoriamente, arriesgan mucho; pues aquellas excelencias de la vida que llegan a conocer y a escoger voluntariamente, involuntariamente pretenden sujetarlas; propiciando de este modo una pérdida segura; pues el dicho de "sólo se conserva aquello que no se amarra" es muy acertado.

Los hay, que no sufren el tirar para atrás, pues la senda está aprehendida por la memoria y el recuerdo, y ámbos, son caminantes perezosos. En ese caso, el olvido premeditado acarrea un peligro: si no sientes lo que dejas atrás, no podrás sentir en plenitud lo que te ofrece el presente, pues el período de aprendizaje es necesario incluso para el sentimiento.

Hay gentes, también, que olvidan el ayer y no piensan en el mañana, porque están anclados en cada minuto que late en sus vidas; y se aferran con tanta fuerza a cada instante que no aprecian si hay baches en el camino, si las tormentas acechan, si lo recorrido ha sido duro o si lo que se vislumbra en el horizonte tiene buen aspecto. Y es que, estas gentes, usan sus manos para quitar el tronco atravesado en el camino; su boca para besar unos labios que piden auxilio; sus piernas para escalar al balcón de su amor; su nariz para oler la sangre de la herida o la rosa del corazón; sus ojos para ver la miseria o la riqueza; su sexo para gozar; y su voz..., su voz para cantar una elegía a cada minuto de su vida que se muere.

En realidad, no sé quiénes practican mejor el arte de la vida o si es éste un conglomerado de estilos; utilizando un día el pincel, otro la pluma, otro el cincel, otro la voz; pero sí se me ocurre un aforismo: Hay gentes que viven y hay gentes que piensan en vivir.


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12 de agosto de 2006

A la gata le sobra con el tejado















He visto en un semanal, de los que lanza hace ya tiempo la prensa escrita, unas páginas sobre lo último en decoración perfecta para una casa. Una de las habitaciones -se supone que la de los niños-, dejaba ver una combinación sobria y austera -véase "minimalista" en argot de diseño-. Paredes desnudas pintadas en color piedra, suelo de madera sin barnizar, camas sin cabecero y colchas y cuadrantes grises. Muy sencillo a la par que elegante y en la onda de la última movida diseñadora -nos diría el decorador de turno-.
He pensado en la cantidad de casas en las que se renovará la decoración, inclinándose por esta tendencia, so pena de quedarse el actual mobiliario y sus accesorios pasados de moda. En este caso es un buen cambio (más por menos): la mayoría de las cosas que llenan nuestras casas son superfluas, inútiles e innecesarias. Pero me pregunto ¿por qué no se llega a este razonamiento sin falta de que nos lo impongan unos diseñadores obligados al cambio para mejor vender sus ideas?.
He recordado el sótano de la casa de "La gata sobre el tejado de zinc" -repleto de los más inverosímiles objetos- y los lamentos del patriarca de la familia, en la obra mítica de Tennesee Williams, porque la única meta en su vida había sido "acumular" cosas de todo tipo, pero cosas al fin y al cabo; y en su último momento no tenía "nada" para llevarse consigo.
Dejo la pregunta en el aire: ¿Por qué demonios nos gustará tanto poseer?


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4 de agosto de 2006

Invertir al hombre de Porlock

Invertir al hombre de Porlock. Eso es lo importante. Irte a la cama para escribir la historia vivida. Reinventar cientos de personajes y establecer un nexo entre ellos tal, que la lectura consiguiente sea tan sencilla como sumar uno y uno y todo el mundo diga: ¡dos, es dos!
Cuando el árbol se llena de frutos, sus ramas se doblan y aquellos acaban cayendo fieles a la ley de la gravedad. Tal vez nuestras mentes se doblen de tanto alimentarlas y de cuando en cuando, lo que había brotado y estaba a punto de dar a luz un perfecto y redondo pensamiento, se hunde en un limbo extraño y desconocido a donde van a parar Cavafis y su Itaca, la estación del metro de Pound, la pistola de Verlaine y sus violines de otoño, la amada y el amado de San Juan, las tierras baldías de Elliot, la fuga de muerte de Celan, la marca del agua de Angel González, la alta luna de Pessoa, el cubo de mierda de Bukowski y hasta el mismísimo hombre de Porlock de Coleridge.
Qué maravilla de la creación sería acostarse, recibir la noche en la piel y un alfabeto de luces en el alma, cuyo desorden voluntario generase espontáneamente un caos tan lúcido como los amores de Cavafis, tres o cuatro cantares de Pound, el cuerpo herido de Rimbaud, la noche oscura de San Juan, los cuartetos de Elliot, el suicidio de Celan, las cucarachas de Angel González, la piedra y la rosa de Pessoa, el plato de lentejas de Bukowski y hasta el mismísimo Kubla Khan de Coleridge.
Invertir al hombre de Porlock. Eso es lo importante. Que el escribir fuera un sueño y el sueño una creación libre de ser interrumpida por la llamada inoportuna del alba intelectual.

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