27 de diciembre de 2006

Implacables elementos

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Canté una historia
de voces y leones:
murió en el aire.

Conté una historia
de amores hilvanados:
ardió en el fuego.

Soñé una historia
de tiempos relativos:
se hundió en la tierra.

Besé una boca
sin voz y sin historia:
un sabor de agua.

Sollozo un cuento
con pluma de ansiedad
en papel viejo.


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24 de diciembre de 2006

Tocapelotas

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Tocapelotas o rompecojones (a gusto del lector)

Para incordiar, porque otra cosa no puedo, el consumismo feroz y el insufrible cotilleo.




Llorará porque no le compran la psp o tal vez porque no le gustan las espinas de la merluza?




Protestarán porque no les llega la señal para ver "Aquí hay tomate", o tal vez les están obligando a ver el programa de "Ana Rosa"?


Nada más lejos que ejercer de justiciera, pero de verdad que se me revuelve el estómago cada vez que felicito la navidad.

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19 de diciembre de 2006

Luz en la oscuridad



Para Antonio Gamoneda












Sin ser mi maestro
eres maestro
y me enseñas ignorancia
para aprender poesía.
Tus dulces manos
agitan tanto la palabra
que el sentimiento vuela
como un bierzo desatado
que troncha la rama
y muestra el árbol.
Como estrella polar
indicas dónde está el norte:
creación,
revelación,
conocimiento inexplicable.
Poesía oscura
para los que no tienen luz.
Luz de poesía
para los que descansan
en la verdad.
Escribiré canciones
en las hojas secas
para practicar
el arte de la memoria,
recordando que Antonio
vió esas hojas secas
mucho antes
de que fueran verdes.

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10 de diciembre de 2006

De lo posible

Hay sucesos posibles. Hay sucesos probables. Hay sucesos improbables. Hay sucesos imposibles. La seguridad de los sucesos imposibles es clara y nítida y no ofrece duda, pero determinar la probabilidad de los sucesos improbables, probables o posibles genera una incertidumbre vital por la que seguimos adelante, paso a paso, en la senda de los sucesos posibles, probables o improbables.

Premisas lógicas dentro de un galimatías neuronal para obtener una conclusión visceral:

No fue, mas pudo ser.
Es posible que alguna vez suceda.
Siento en la piel que no sucederá.
Amanecer y ocaso, hay a diario
mas cada vez distintos:
Si lo posible es imposible, siempre
habrá algún imposible.

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5 de diciembre de 2006

Puente de plata










Escher





Apagaste la luz
y buscaste penumbra en un rincón
que escondiera tus labios
trémulos de mentiras.
El final de una historia
brotó pronto de tu desasosiego.
Sin alzar la cabeza
querías ver mi cara:
si resistía,
si sollozaba,
si me alteraba.
Bailabas en la silla
aquietabas el alma,
esperando una voz
ya distante, ya cercana, la mía.
Tú, querías huir
del día a día, y yo
encontré una razón en la costumbre
para tenderte un puente de plata.
Sonriendo con sarcasmo te dije:
“se diría que ya no me conoces”. *



* endecasílabo de Juan Vicente Piqueras

3 de diciembre de 2006

El sol de Antequera



Salía el sol por Antequera y se pintó el rostro de naranja para ser el indio salvaje y no un soldaducho de tres al cuarto cuyo paraíso se reduce a una hectárea con cinturón de empalizada.
Salió a la calle sin caballo y le preguntó a un gato si todos sus congéneres eran negros o quizás era ella la que tenía mala suerte. El gato guardó sus bigotes y avergonzado le respondió que no era malo ser negro. Ella pensó que un gato tan tonto no podía traerle desgracias y siguió calle adelante contoneando sus caderas.
Un cronner viejo cantaba algo sobre la vida feliz de cada uno y ella empezó a reir con tanta estridencia que un gordo seboso que a esa hora veía un programa de televisión titulado "Aquí hay tomate" derrengado sobre un sofá de ajada piel granate, salió a la ventana y le gritó: "No te rías so guarra, no soporto la risa; llora como una estúpida desgraciada y me harás feliz".
La pintura de guerra frustrada de su rostro formó la curva de un arco tenso y una flecha de afilados improperios se dirigió directa al culo fofo y orondo del gordo que ya se había dado la vuelta, pues la información privilegiada sobre la alcaldesa, el señor de los caballos, el amante de la folklórica y demás personajes del mundo rosa que él tanto admiraba, no podía esperar.
La saeta rebotó en la blandura maloliente -pues el gordo era un reputado cantante de pedos- y cayó justo delante de sus pies calzados con unos zapatos de charol rojo y tacón muy alto, al estilo puramente pin-up en un coordinado puramente kitsch con el naranja de su maquillaje.
En ese preciso instante una rata salió de una cercana reja de alcantarilla y sorprendida por la flecha, los zapatos de charol y los aromas cantarinos que descendían desde el culo del gordo hasta el asfalto, se puso a tararear algo sobre la vida. Mira tú por donde esa canción que antes le provocara risa, ahora le parecía una cosa seria. Nunca hubiese imaginado la diferente forma de interpretar entre una rata y un cronner. Aunque bien pensado no es de extrañar, pues las ratas se pasan la vida en las al-canta-rillas y los cronner tan sólo son unos en-canta-dores aburridos.
Siguió adelante en busca de aquello que no cantaba el cronner ni la rata, pero que a ella le haría feliz.
Cuando los tacones de aguja se clavaron en el asfalto cien veces -no encontraba su sitio en la acera-, su pie derecho entró de lleno en uno de esos socavones que el paso de los coches y los zapatos de charol rojo producen, lo que hizo que perdiese el equilibrio y se cayese de bruces, golpeándose las rodillas con tal fuerza que no pudo sostener la postura y continuó su trayectoria hasta que su rostro quedó pegado al asfalto.
De esta guisa: rodillas en tierra, culo empericotado, antebrazos sosteniendo el torso y cara besando el suelo, la encontró un tipo que en ese momento doblaba la esquina próxima.
El hombre se acercó para ayudarla a levantarse pero ella permanecía inmóvil; tan sólo acertó a reirse.
Distendida la situación, las palabras fluyeron, las pieles se rozaron -al fin consiguió mover sus músculos- y los planes rodaron.
El tipo era guapo, las chispas saltaron, los polos se atrayeron y ella pensó que había encontrado al hombre que de verdad la complacería.
Se fueron a un hotel de las afueras, entraron en una habitación y se pusieron a follar como posesos. Al cabo de media hora los dos permanecían a ambos lados de la cama boca arriba y en silencio. Él, con cara de preocupación, élla, de frustración.
Estaba convencida de su mala suerte. Nunca encontraría a un hombre que follase de verdad.
En vista de que el gatillazo lo había dejado mudo, fue élla la primera en disparar: "¿Todos los hombres sois iguales o soy yo la que doy con ellos?".
Él respondió: "No es malo ser negro".
Un cronner viejo cantaba una canción sobre la vida -en el hotel no había ratas-. Una sonrisa -esta vez no hubo risas estridentes- llegó a su boca.
Se ponía el sol por Antequera, limpió su pintura naranja, cogió las dos agujas de charol rojo en la mano y salió a la calle.
Por enésima vez, el indio había sido derrotado.


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