
No hay silencio.
Los sonidos se reproducen
incontrolados.
Se oyen campanas y cigarras
húmedas,
el chorro de agua en la ducha,
el tintineo de la cucharilla en la taza
de café,
los zapatos en su frustrado baile
con el suelo,
palabras sin rostro en la radio
y la explosión del motor del bus
junto a la explosión
de un chiste y su carcajada.
Se oyen los buenos días
de la camarera,
la voz de Van Morrison,
con un poco de suerte,
y el chasquido de la hoja del periódico.
El zumbido del ordenador,
las tribulaciones del contribuyente
y las ruedas de la silla
suenan como una sinfonía gris.
Sincronía entre la campanita del microondas
y las palabras del hombre del tiempo.
Suspendido en el aire un murmullo
cuando los oídos duermen la siesta.
Grita la pescadera para vender
una dorada que abre la boca.
Se oyen las monedas en la caja o el rasgueo
rápido y rotundo de la tarjeta,
el adiós, el buenas tardes,
el embate de la puerta en nuestra mano
y el crujido de las bolsas de plástico.
De nuevo se oye el tintineo
de la cucharilla en la taza de café.
Una voz, dos voces, una docena de voces,
una tos seca, un estornudo.
Se oyen aplausos tímidos,
el golpeteo de las sillas al plegarse,
los pasos apresurados,
palabras de despedida.
Se oye la voz muerta en la bocana
del parking,
la explosión del motor con nombre
de gasolina.
Se oyen las sábanas besar la piel
y las pieles que se besan.
Se oyen los ruidos de la noche.
Se oye el pensamiento adormecido.
Se oye el sueño
y mientras tanto
los sonidos se reproducen
incontrolados.
No hay silencio.
.