10 de febrero de 2020

OZ



En un año aspirante a palíndromo,
cuando atrás dejaban mis días el milenio
comencé a practicar el arte de la pesca.

Ese que utiliza un carrete de razón,
un sedal de sentimientos
y un corazón como anzuelo.

Entró en mi vida la poesía.

Durante un tiempo maltraté hojas de papel,
torturé pantallas en blanco
y, apasionadamente confundida,
llegué a violar sin piedad a
variadas y hermosas molesquines.

Creedme, pesqué mucho.
He pescado mucho.
Que la faena haya sido provechosa
es deseo y no hecho.

Aun con esta negación del hecho
y exaltación del deseo,
aun cuando todavía no he encontrado mi Itaca,
aun cuando mis pleamares acabaron
siempre en bajamares
y aun cuando he dibujado el mundo para soportarlo,
mientras escribo,
llevo zapatos rojos y
piso sobre baldosas amarillas.

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