En un año aspirante
a palíndromo,
cuando atrás
dejaban mis días el milenio
comencé a practicar
el arte de la pesca.
Ese que utiliza un
carrete de razón,
un sedal de
sentimientos
y un corazón como
anzuelo.
Entró en mi vida la
poesía.
Durante un tiempo
maltraté hojas de papel,
torturé pantallas
en blanco
y, apasionadamente
confundida,
llegué a violar sin
piedad a
variadas y hermosas
molesquines.
Creedme, pesqué
mucho.
He pescado mucho.
Que la faena haya
sido provechosa
es deseo y no hecho.
Aun con esta
negación del hecho
y exaltación del
deseo,
aun cuando todavía
no he encontrado mi Itaca,
aun cuando mis
pleamares acabaron
siempre en bajamares
y aun cuando he
dibujado el mundo para soportarlo,
mientras escribo,
llevo zapatos rojos
y
piso sobre baldosas
amarillas.
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